La obsolescencia programada es uno de los eufemismos empleados en
economía para ocultar numerosas prácticas nefastas que sólo persiguen el
beneficio de unos pocos. Como señala Annie Leonard en
,
la obsolescencia programa “es la elaboración consciente de productos
de consumo que se volverán obsoletos en el corto plazo por una falla
programada o una deficiencia incorporada”. Este documental realizado por
.
La motivación económica que los productores tienen para elaborar
productos con una vida útil limitada es inducir intencionalmente a los
clientes a seguir comprando nuevas versiones de estos productos a medida
que falla o muere el anterior. Esto plantea la pregunta de rigor: ¿Por
qué el mercado no castiga a los productores que utilizan la
obsolescencia programada, y no beneficia a la producción de productos
durables? La respuesta está en que el actual sistema de mercado sólo se
interesa en el factor precio, y es el precio, es decir un factor
financiero, el que regula la totalidad de las economías modernas.
Como las economías modernas se basan en el deuda y el crédito, gran
parte de los productos se planifican para durar mientras se siguen
pagando, de tal forma de crear una dependencia entre producción, consumo
y crédito, donde los flujos financieros se constituyen en el motor
central que mueve a la economía, haciendo que el sistema financiero
justifique su existencia. La obsolescencia programada, “es el motor
secreto de nuestra sociedad de consumo”.
, y a
medida que esto ocurre, en beneficio expreso de las grandes
corporaciones, los escasos recursos del planeta se agotan y el medio
ambiente se ve afectado por montañas de residuos que deterioran la
calidad de vida. Es la gran paradoja del actual modelo capitalista que
permite a las empresas producir y vender productos diseñados para fallar
en un plazo breve, solo para mantener al sistema artificialmente a
flote, con una idea de falso crecimiento, mientras el medio ambiente y
los consumidores son los grandes perjudicados.
La tecnología camina a mayor velocidad que la sociedad. O que
el consumo. O, simplemente, el consumo y la tecnología no son
compatibles. El documental
Comprar, tirar, comprar, que estrena
mañana TV3 (en enero se verá en TVE), dirigido por la alemana Cosima
Dannoritzer y producido por Media 3.14 y Article Z, en coproducción con
la televisión autonómica catalana, TVE y Arte France, denuncia una
práctica común en la sociedad de consumo desde hace cerca de un siglo:
la obsolescencia programada, es decir, el recorte deliberado de la vida
de un producto para incrementar su consumo. Es la lucha del negocio
contra la tecnología, y la ética contra el capitalismo.
Un
ejemplo: una pieza de la impresora ha dejado de funcionar. Es imposible
imprimir. Es ya una vieja cantinela. "Será difícil encontrar las piezas
para repararla". "Repararla no le saldrá a cuenta". "Sin dudarlo, yo
compraría otra". Las respuestas que el usuario obtiene en tres servicios
técnicos distintos desembocan en una misma propuesta: cómprese una
impresora nueva. No son una coincidencia:
, el mecanismo secreto que mueve a nuestra sociedad de consumo", se explica en el documental.
"Si el usuario cede, será una víctima más de la obsolescencia programada
General Motors primó el diseño sobre la ingeniería para derrotar a Ford
El
episodio, cercano y cotidiano, permite a la directora alemana Cosima
Dannoritzer repasar cómo la obsolescencia calculada incide en la
sociedad occidental desde los años veinte del siglo pasado, cuando los
fabricantes comenzaron a pensar en incrementar las ventas de sus
productos a costa de la confianza de sus clientes. Un aparato que se
estropease en poco tiempo llevaría al usuario, irremediablemente, a
comprar uno nuevo.
La bombilla de Edison
Thomas
Alva Edison quería crear una bombilla que iluminara el mayor tiempo
posible. En 1881 puso a la venta una que duraba 1.500 horas. En 1924 se
inventó otra de 2.500 horas. Con la sociedad de consumo en ciernes,
aquello no era una buena noticia para todo el mundo. Diversos
empresarios empezaron a plantearse una pregunta inquietante: "¿Qué hará
la industria cuando todo el mundo tenga un producto y este no se
renueve?". Una influyente revista advertía en 1928 de que
"un artículo que no se estropea es una tragedia para los negocios".
Baterías del iPod de Apple estaban diseñadas para durar poco
Un poderoso
lobby,
el cártel Phoebus, presionó para limitar la duración de las bombillas.
En los años cuarenta consiguió fijar un límite de 1.000 horas. De nada
sirvió que en 1953 una sentencia revocara esta práctica, porque se
mantuvo. No salió al mercado ninguna de las patentes que duraban más
(una, 100.000 horas). Warner Philips, bisnieto del creador de la
compañía Philips, cree que en aquella época no se pensaba en la
sostenibilidad.
"Entonces consideraban que el planeta tiene unos recursos ilimitados
y todo lo miraban desde la óptica de la abundancia", comenta. Él está
convencido de que la sostenibilidad y el negocio deberían haber ido de
la mano.
Otro ejemplo destacado en el reportaje es el de la cadena
de montaje de John Ford. El coche modelo T fue un éxito para la
industria automovilística americana, pero tenía un problema que, por
aquellas fechas (años veinte), era todavía incongruente: estaba
concebido para durar. Ese fue su fracaso. Desde la competencia, General
Motors, consciente de que no derrotaría a su rival en ingeniería, apostó
por el diseño. Dio retoques cosméticos a sus coches, lo que le permitió
que los clientes cambiaran de utilitario muy a menudo. ¿A quién le
importaba que el motor funcionara diez años, si en poco tiempo cambiaría
el coche por otro de distinto color o con algún arreglo superficial?
En 1927, tras vender 15 millones de unidades, Ford retiró el modelo T.
Justificaciones sociales
Tras el
crash
del 29, Bernard London introdujo el concepto de obsolescencia
programada y propuso poner fecha de caducidad a los productos. "Esto
animaría el consumo y la necesidad de producir mercancías", declara la
hija del socio de London. "Encuentro que era una idea genial: las
fábricas continuarían produciendo, la gente seguiría comprando y todo el
mundo tendría trabajo".
En los años cincuenta la sociedad de
consumo se había instalado en todo Occidente. El diseñador industrial
Brooks Stevens sentó las bases de esa obsolescencia programada: "Es el
deseo del consumidor de poseer una cosa un poco más nueva,
un poco mejor y un poco antes de que sea necesario". Ya no se trata de obligar al consumidor a cambiar de tecnologías, sino de seducirlo para que lo haga.
Las
fibras de nailon que crearon medias irrompibles no duraron mucho tiempo
en los mercados. No convenía. Tampoco una presunta fibra que repelía la
suciedad. Ni los motores de las neveras que duraran años y años.
"Programan estos cacharros para que cuando los hayas acabado de pagar se
rompan", se quejaba el protagonista de
Muerte de un viajante, de Arthur Miller.
El documental se estrena mañana en TV3 y en enero se emitirá en TVE
Pero
en nuestros días, la era de la informática ha creado al consumidor
rebelde. La abogada Elisabeth Pritzker demandó a Apple tras descubrir
que las baterías de litio de los reproductores de música iPod estaban
diseñadas para tener una duración corta. Algo similar le ocurre al
usuario al que su servicio técnico aconseja, en el documental, que
cambie de impresora. Después de muchas investigaciones y rastreos,
descubre que la propia máquina, mediante un chip instalado en sus
tripas, es la que provoca que el ordenador envíe un mensaje para que el
cliente acuda al servicio técnico. El usuario se puso en contacto con un
programador informático ruso, que ha dado con la trampa y ha
desarrollado un software para evitar ese abuso. Pero la inmensa mayoría
de los usuarios
cede ante la demanda de la máquina, y se compra otra impresora.
Vertederos en África
Esa
nueva impresora, como esa nueva lavadora, tostadora, plancha u
ordenador se convierten en chatarra. Y se recicla. Sin embargo, el
documental también destapa malas prácticas en este terreno. "Antes
teníamos un río precioso aquí", dice el activista medioambiental ghanés
Mike Anane.Habla desde un vertedero en el que destacan las montañas de
basura informática.
Ahora, los niños queman el plástico que
recubre los cables para recuperar el metal que está en su interior. "A
veces nos ponemos enfermos y tosemos", declaran esos niños en el
documental. El material entra en estos países
En una de sus últimas denuncias,
Greenpeace pide a las empresas de electrónica que eliminen las
sustancias químicas peligrosas de sus productos. El motivo fundamental
que da es que gran parte de los elementos electrónicos desechados en los
países europeos y norteamericanos, terminan en los vertederos de África
a pesar de que las leyes lo prohíben.
La “environmental watchdog” (traducido
como vigilancia del medio ambiente) publicó un nuevo informe sobre el
comercio de desechos electrónicos, en el que se demuestra que se está
extendiendo desde Asia hasta África occidental – en particular Ghana,
donde televisores y computadoras que contienen materiales tóxicos están
siendo desmanteladas por niños de tan sólo 5 años.
Muchos de los viejos ordenadores,
monitores y televisores que terminan en Ghana proceden de la Unión
Europea, a pesar de existir leyes que prohíben la exportación de esos
materiales peligrosos. En particular, el informe cita los envíos
procedentes de Alemania, Suiza y los Países Bajos -, así como Corea.
Los materiales son exportados como
“bienes de segunda mano” y supuestamente pretenden ser reutilizables.
Pero la mayoría de estas mercancías importadas en África se rompen y no
pueden utilizarse de nuevo. Pero esto no importa, para qué quiere
alguien una pantalla o una computadora si no tiene para comer?
En Ghana, los residuos son desechados y
la chatarra desmantelada en los talleres, donde se aplastan o queman los
plásticos para separar los metales valiosos como el aluminio o el
cobre, un proceso que contamina el medio ambiente y expone a los
trabajadores a gases tóxicos.
Un equipo de Greenpeace visitó dos
principales vertederos de desechos en Ghana – uno en la capital y otro
en la ciudad más pequeña de Korforidua. En las muestras de suelo
analizadas en Gran Bretaña, en la Universidad de Exeter concretamente,
se observaron ftalatos, que son sospechosos de causar problemas
reproductivos, y plomo, uno de los metales más perjudiciales para la
salud.
Los principales fabricantes de
ordenadores, incluidos Dell, Hewlett-Packard y Apple, han puesto en
marcha o han ampliado los programas de reciclaje en los últimos años.
Pero en general, los grupos ecologistas y los reguladores
gubernamentales denuncian que tan solo un pequeño porcentaje de la
electrónica en realidad es reciclada.
En el informe se señalaba que, si bien
oficialmente la UE prohíbe las exportaciones, los Estados Unidos no, por
lo que demuestra la ignorancia de Europa respecto al tercer mundo. Hay
que permitir las exportaciones y el desmantelamiento de productos
electrónicos en países tercermundistas y así permitir la subsistencia de
miles y hasta millones de personas. El problema es la gran cantidad de
contaminantes que llevan ciertos productos electrónicos, cosa que hay
que reducir drásticamente. Una forma de hacerlo es publicar anualmente
(ahora se hace de forma no regular) la lista de los fabricantes más
ecológicos del mundo, una forma muy efectiva como ha podido comprobar
Sony-Ericsson al verse en la cumbre de los fabricantes más verdes del
mundo en la industria de la telefonía móvil.
como producto de segunda
mano, pero sólo el 20% se aprovecha, denuncia la película.
La ONU, la Agencia de Protección Medioambiental,
universidades de cinco continentes y empresas multinacionales se unen
para solucionar el problema.
Ante la ya demostrada inminencia del cambio climático, se hace
necesario tomar conciencia del peligro que supone el uso de ciertos
compuestos químicos sintetizados industrialmente y que la Naturaleza no
puede degradar. Pues estos compuestos no se encuentran dentro de la
cadena de alimentación, o lo que es lo mismo, no existen microorganismos
que los degraden. Aparece el problema cuando se acumulan en la cadena
trófica, concentrándose en los seres superiores de la misma, o cuando se
acumulan en el ecosistema, impidiendo su regeneración y destruyéndolo,
en definitiva.
LOS CONTAMINANTES MÁS PELIGROSOS
Los principales residuos no reciclables son los metales pesados:
plomo, mercurio, cromo hexavalente (VI) y cadmio. Ciertos retardantes de
flama bromados, como los polibromobifenilos, y éteres de
polibromodifenilos, y el tradicional PVC (policloruro de vinilo). Los
metales pesados interfieren en la síntesis de ciertos aminoácidos y
lípidos imprescindibles en las membranas de las neuronas, de ahí su gran
toxicidad. El cromo hexavalente en medio acuoso se transforma en ión
cromato, compuesto muy tóxico y dañino para los microorganismos por su
alto poder oxidante.

Por otra parte, el problema de los compuestos halógenos citados es
que, en su forma orgánica -que es como se usan en la industria química-
también son muy oxidantes. Influyen así en el delicado equilibrio
existente entre los microorganismos encargados de la descomposición de
la materia orgánica, destruyendo el sistema natural de reutilización de
materiales en la Naturaleza.
Todo esto hace que estos residuos no se puedan reciclar mediante métodos
tradicionales (léase naturales) y, por otra parte, su recuperación para
uso industrial tiene un coste prohibitivo, lo que permite que los
restos se acumulen de forma creciente. Suele suceder que los países más
pobres son los que cargan con el problema, ya que se vuelven vertederos
de nuestra basura tecnológica. Así, según un informe de Greenpeace,
China acumula el 70% de la basura tecnológica mundial.
EL PRECIO DEL PROGRESO
Lo peor es que el uso de estos materiales está aumentando, siendo
empleados, en los ordenadores portátiles y en los teléfonos móviles de
última generación, como materiales protectores contra el fuego y
fusionadores de chips, cuando es posible utilizar otros materiales
reciclables y no tan contaminantes. Aunque la UE exige que el 95% de los
materiales de empaquetamiento sean recuperables, la mayoría de las
piezas se fabrican en países donde no hay despierta tanta conciencia
medio ambiental, como China e India.
Aunque, afortunadamente, la tendencia está cambiando; en palabras de Jin
Yong, miembro de la Academia China de Ingeniería y profesor del
departamento químico de la Universidad Tsinghua: “Abogamos por un
proceso productivo limpio de principio a fin. Éste es el concepto chino
para una economía de reciclaje. Promovemos el desarrollo basado en lo
que hemos aprendido de la naturaleza. Por ejemplo, el detergente
sintético debe descomponerse pronto después de entrar en los tubos de
desagüe, y los automóviles deben ser desmontados fácilmente cuando son
obsoletos para poder reciclar las piezas”.
Para buscar soluciones globales, el Programa de Medio Ambiente de la
ONU, la Agencia de Protección Medioambiental de EEUU (EPA),
universidades de los cinco continentes y empresas como Dell, Microsoft,
Hewlett Packard (HP) o Philips se han unido en la iniciativa “Solucionar
el Problema de Basura Electrónica” (StEP, por sus siglas en inglés). En
líneas generales, este programa pretende estandarizar los procesos de
reciclado globales para recuperar los componentes más valiosos de la
basura electrónica, extender la vida de los productos y unificar las
legislaciones y políticas, otra de las reivindicaciones de las empresas
productoras de productos electrónicos, como HP. Klaus Hieronymi -gestor
medioambiental de HP en Europa-, en una reciente entrevista a Efe,
señala que uno de los mayores problemas para el reciclado de basura
electrónica es la falta de una legislación homogénea.
¿Y que puedo hacer yo?, se preguntará el lector;
pues hay soluciones; en EE.UU., por ejemplo, a través de la página web
de subastas eBay se ofrece a los consumidores la opción de vender o
donar los ordenadores y componentes electrónicos que todavía tengan vida
útil. En la llamada “Rethink Initiative” (Iniciativa Replantear)
participan Intel, Apple, Gateway, Hewlett-Packard e IBM, entre otros
gigantes informáticos. Si los ordenadores ya no funcionan el programa
dispone de un listado de centros de reciclaje facilitado por la Silicon
Valley Toxics Coalition.
En el ámbito de la UE la Fundación Bip Bip recupera desechos
informáticos de empresas y particulares. Una vez recuperadas y
actualizadas, las computadoras son instaladas gratuitamente, creando
aulas informáticas en hogares, asociaciones y centros de acogida que
solicitan participar en el proyecto.
Hay que destacar la labor de la ONG “Nuevas Tecnologías para África” que
ha enviado decenas de ordenadores -recogidos gratuitamente por toda
España- a proyectos en Camerún, Mauritania, Burkina Faso y Marruecos,
donde han instalado aulas de informática en las escuelas. Así, de paso
que evitamos generar residuos tóxicos y peligrosos, ayudamos en la
alfabetización digital del resto del mundo.
Una solución que no requiere demasiado esfuerzo es llevar nuestros
productos antiguos tecnológicos a un punto limpio; en estos lugares la
basura se debe clasificar previamente por el propio consumidor y
depositarse en el contenedor correspondiente. Una lista de los puntos
limpios en España se puede consultar en la página web de la Organización
de Consumidores y Usuarios,httpp7ORG..

Pero
la principal solución está en la educación integral, que haga ver al
individuo que la Tierra en general, y su medio ambiente en particular no
están como un decorado puesto a su servicio y que puede tratar como le
apetezca, sino que forma parte de él, y que su destrucción irreversible
tarde o temprano supondrá la destrucción de sí mismo. Como dice un lema
muy actual en el Medioambiente y Desarrollo Humano, la Naturaleza está
¿Con los seres humanos o para los seres humanos?
EL 75% DE LOS desechos tecnológicos se envían a Africa y Asia.
cementerio tecnologico.